Amigos de mi blog:
Es mi intención –poco a poco y cuando venga a cuento– ir
dejando constancia para que no desaparezcan en la noche de los tiempos, muchas artes que antes eran absolutamente
comunes en nuestras cacerías o labores de campo y que ahora, entre que ya no
son necesarias o que están prohibidas por la ley, se encuentran condenadas al
olvido, pero eso no significa que no existieran y que no formen parte de
nuestro acervo cultural. No digo que se utilicen, ojo, digo cómo eran y que
existieron. Vamos, que “entre todos la mataron y ella sola se murió”.
Septiembre de este año en un día de manchoneo en Campillos Altos. No se dio nada mal pues eramos pocos y bien avenidos. Observad los perretes conejeros que aparecen en segundo plano
Entre ellas podemos contar con la inmensa variedad de
trampas para toda clase de animales; desde el más grande de los cochinos, al
pequeño pichirubio o zorzal, pasando por todo tipo de las antes denominadas “alimañas” con lazos, perchas, losetas o costillas, y capturables hoy solamente
mediante trampas antiestress perfectamente homologadas. Del mismo modo se
pierde irremisiblemente el uso del trabuco en nuestras monterías de Sierra
Morena, o el modo de transportar las reses a lomo de caballerías correctamente
amarradas. La lista no tendría fin.
Hoy quiero, recién terminada la media veda y el desconeje,
sacar a colación el modo tradicional de preparar los conejos para su cómoda
evisceración y transporte, y es que, jóvenes amigos, no siempre se disponía de
zurrón (o se prefería cazar sin él, se llenaba, etc.), y mucho menos de los
comodísimos chalecos con mil adminículos que hoy usamos casi todos. Era, como
digo, muy frecuente salir a recechar o manchonear conejos con canana, escopeta
y… vaya usted con Dios. En estos casos se hacia imprescindible saber empatillar
–o engarronar, apiolar o aparejar, como se dice también aquí y en otras
regiones y lo avala el diccionario RAE– para poder llevar los lagomorfos de
modo seguro, uno a uno o por parejas, ensartados en el cinturón o la canana,
quedando a una altura conveniente del suelo. Eso de utilizar las anillas
portapájaros (que también se pueden apiolar utilizando dos plumas remeras
atadas) eran ganas de ir tropezando o perderlos en el campo por romperse el
cuero del aparejo o el cuello del animal enganchado en cualquier apretón de
monte.
El proceso es tan fácil de ejecutar -no más de medio minuto
si se está acostumbrado- como difícil de describir con palabras. Recurriré a
una serie de instantáneas que he recopilado este verano para, ayudadas con
comentarios a pie de foto, intentar hacerme entender. En cualquier caso, os lo
aseguro, es tan intuitivo que le saldría casi por lógica a cualquiera de
vosotros. Probad y lo comprobareis.
En fin, ya sabéis como funciona esto. Clicad sobre AQUÍ para acceder al reportaje fotográfico.
Recibid un fuerte abrazo y besos para las señoras.
En mi zona lo llamamos engarronar, y muchos seguimos haciéndolo. A mi me enseño mi padre cuando era un crio y me encanta hacerlo, aunque, tengo que reconocer que lo dejo para los últimos días de conejos, ya que los primeros días hay bastantes y no quiero perder un segundo después de cada lance...
ResponderEliminarLlevas toda la razón, Rafa: Primero en que los terminos que admite la RAE son los de engarronar y apiolar (como advierto en la entradilla), pero, ¿Que quieres que te diga?, yo siempre lo he conocido por empatillar.
ResponderEliminarLo mismo te digo con el cuando: Personalmente lo hago porque me gusta y aprovecho las pausas para descansar o lo hago al terminar. Pero...¿A que no es lo mismo que te regalen un par de conejos perfectamente emparejados que "de cualquier manera"?
Un abrazo. Lolo
Interesante artículo, Lolo. Es importante que no se abandonen al ostracismo estas técnicas ancestrales que de otra manera se perderían... Como tantas tradiciones!!!. Gracias por compartirlo. Un abrazo.
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